La mayor emergencia es la ausencia de emergencias

Laila Yousef

El pasado octubre se inauguró en el Círculo la exposición La mayor emergencia. A través de las obras de diferentes artistas contemporáneos que nos muestran casos de emergencias globales, como la subida del nivel del mar a causa del cambio climático, la posibilidad de otra pandemia o los populismos de extrema derecha, su comisario, el filósofo, ensayista y profesor de Investigación ICREA en la Pompeu Fabra Santiago Zabala, ha querido acercar al público el concepto central de sus últimas investigaciones: las «emergencias ausentes», que desarrolla en esta entrevista con la profesora de la Facultad de Filosofía de la Complutense Laila Yousef.

Entrevista con Santiago Zabala

Uno de tus principales temas de investigación es el de la «emergencia» o, mejor dicho, el de la «ausencia de emergencia» ante la coyuntura presente. Este concepto expresa la idea de que ciertas situaciones catastróficas, fundamentalmente climáticas, pese a estar anunciadas y ser conocidas, se obvian. Al cerrar los ojos ante ellas, se duplica el peligro, ya que se combina la amenaza como tal con el hecho de no tenerla en cuenta. ¿Cómo se conceptualiza esta ausencia de emergencia?

Santiago ZabalaLa característica de este siglo es la ausencia de emergencias. Nos advierten constantemente de las catástrofes que pueden ocurrir, pero no somos capaces de escuchar. No es que seamos sordos ni que nos falte información: tenemos datos y previsiones en abundancia, incluso el apagón que ocurrió el otro día [28 de abril] era una posibilidad real. El problema es que el hecho de que haya información y datos no es suficiente para que empecemos a escuchar o para tengamos ganas de hacerlo. Este gran problema, la gran emergencia que es la ausencia de emergencias, está relacionado con la vuelta global al orden a través del realismo que se está produciendo en este siglo. Quentin Meillassoux, Christina Hoff Sommers, Markus Gabriel y otros autores enfocan la filosofía como una vuelta a los hechos en sí, lo que tiene importantes semejanzas con la forma de razonar de los populismos de extrema derecha que han surgido y que apelan a la necesidad de volver a un orden, ya que se habría ido demasiado lejos con lo políticamente correcto y con la democracia misma. Estos dos factores 
–la vuelta al realismo filosófico y al orden político– fomentan el que haya un problema de escucha, que tengamos mucha información y poca comprensión, que es lo que se intenta investigar desde la hermenéutica. Por eso, al decidir volver a los datos, los nuevos realistas están reforzando una vuelta al orden; en resumen, a lo que la ciencia dominante decide. Nos tenemos que acercar a las emergencias ausentes, como decía Arendt, a «pensar lo invisible», y el arte nos puede ayudar. La exposición en el Círculo iba en esa dirección, a través del acercamiento a once casos concretos que presentan distintos artistas. No se trata de rescatarnos de las emergencias, sino de rescatarnos en las emergencias. Mucha gente diría que el arte no cambia el mundo, pero, al menos, fomenta que comencemos a movernos.

Otra cuestión relevante relacionada con el tema de las emergencias ausentes es la diferencia entre las advertencias y las predicciones. Estas últimas requieren sumisión, mientras que las primeras, precisan intervención. Las advertencias implican la posibilidad de una alternativa, de que algo se puede hacer para cambiar el futuro. Por eso, no se trata tanto de que las emergencias ausentes digan la verdad como de que inviten a tomar la iniciativa para construir un futuro diferente. Aunque, más que de futuro, es preferible hablar de porvenir: hay que escucharlo, reconocer que nos está llamando y asumir las responsabilidades que eso implica. Ya Heidegger, en Introducción a la metafísica (1953), habla del ser como una advertencia. Una advertencia de que la realidad no está hecha solo de entes, que la verdad no es simplemente lo que se puede verificar. Las advertencias sirven para identificar, sobre todo, lo que va a ocurrir si no las escuchamos. La idea es que la filosofía no es un sistema ni un método, sino una advertencia; esto ya se puede encontrar tanto en la filosofía antigua como en la moderna y contemporánea. ¿Qué son, sino advertencias, las filosofías de los animales, de las plantas o de los insectos?

¿Estas emergencias pueden jerarquizarse? ¿Cuál es «la mayor emergencia» que da título a la exposición?

Las mayores emergencias son las que están más ausentes. Por ejemplo, un blackout de internet de una semana sería una catástrofe que provocaría millones de muertes. Otro riesgo enorme es la resistencia que estamos desarrollando a los antibióticos. También podemos pensar en las decenas de mujeres asesinadas cada año, víctimas del feminicidio constante, que no remite. ¿Hasta qué punto se toma esto en consideración? El genocidio en curso en Gaza también es constante, pero al menos hay algo de discusión, aunque, por supuesto, no es suficiente.

Precisamente, esta entrevista tuvo que ser pospuesta por el apagón que sufrió España el pasado 28 de abril, ¿qué opinión te mereció ese suceso?

Mientras se exponía La mayor emergencia en el Círculo, tuvo lugar la dana en Valencia, y la obra con más éxito de la muestra fue Lines (57° 59’ N, 7° 16’ W), de Timo Aho y Pekka Niittyvirta; representa una casa con una luz de neón que indica adónde llegará el agua en el 2050. Lo primero que pensé el día del apagón fue que menos mal que guardo mis materiales en soportes físicos. No me sorprendí demasiado de que sucediera, sino de que se resolviera tan rápido. Por lo menos hizo reflexionar a la gente, como también ocurrió con la pandemia, acerca de las emergencias ausentes.

En tu libro Being at Large. Freedom in the Age of Alternative Facts, que en España publica Altamarea bajo el título de Sin ataduras. La libertad en la época de los hechos alternativos (2021), expones una hermenéutica de la excepcionalidad. Como sus efectos no son a corto plazo ni tienen el impacto de un conflicto bélico, se tiende a minimizarlos. Ahora bien, cada vez más, estamos siendo testigos de la inminencia de esas catástrofes climáticas. ¿Consideras que puede haber un cambio de mentalidad y una mayor toma de conciencia para que esas emergencias se consideren urgentes?

Me preocupa especialmente la cuestión de la transparencia: si hay que juzgar las redes sociales, es porque nos bombardean con estímulos y nos hacen creer que existe esa transparencia. Sin embargo, no hay transparencia en absoluto; necesitamos reconocer y aceptar que no somos científicos o expertos cuando leemos sobre las enfermedades o vacunas. Este es un problema más político que teórico, como se ve en la confusión que existe entre autoritarismo y autoridad. «La autoridad se concede al que la tiene», dice Gadamer, mientras que el autoritarismo se impone. ¿Cómo se puede recuperar la autoridad y la confianza?, ¿cómo se vuelve a escuchar? Hay que volver a las instituciones públicas. El primer mandato de Trump fue salvado por las instituciones, a ver qué ocurre en este segundo, ya que las ultraderechas están intentando destruir esas instituciones, que son las que nos ofrecen garantías.

Parte fundamental del problema es que la creciente ola neoconservadora toma los «hechos alternativos» como pilar de un realismo que basa su acceso a la verdad en una mirada científica que elimina la pluralidad de interpretaciones. La opción que planteas como alternativa es la vía hermenéutica, a la que das gran importancia en tus libros, sobre todo en obras como Comunismo hermeneútico [2012], que escribiste a cuatro manos con Gianni Vattimo. ¿En qué se traduce este abandono de la posición hermenéutica a favor del realismo cuando hablamos de problemáticas concretas?

Más que una competición entre hermenéutica y realismo, lo importante es si la filosofía tiene que seguir siendo crítica y autónoma o estar al servicio de la ciencia; es decir, del poder. Si el realismo tiene algo de éxito hoy, es gracias a la vuelta al orden que ocurrió a partir del 11 de septiembre de 2001, en un proceso similar al que llevó al éxito a la filosofía analítica en Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. La vuelta al realismo que se practica ahora, de gran pobreza conceptual, cuyo precursor fue John Searle, también tiene una componente política, porque es un pensamiento conservador: sostiene que la filosofía no tiene que hacer otra cosa que ciencia. Searle llega a decir que la filosofía tiene que estar al servicio de la ciencia y que tiene que ser una filosofía sana, eliminando la mirada crítica propia de la filosofía.

Creo que es importante leer todo esto también en términos de educación: se ha creado un ciudadano menos culto, menos informado, que estudia menos contenidos que antes y de una manera menos crítica. Esto forma parte de la vuelta al orden. Nos encontramos en una sociedad que no tiene horizonte, lo que también hace que no se escuchen las advertencias, especialmente en un contexto de globalización. Hasta para los políticos más conscientes resulta muy difícil hacer una política de las advertencias y plantear un proyecto que, en vez de dirigirse a los próximos cuatro años, se enfoque para dentro de veinte, cuando ellos ya no estarán.

Filippo Minelli, Silence Shapes, 2020, Madrid

Filippo Minelli, Silence Shapes, 2020, Madrid

Este triunfo del realismo ha afectado al propio funcionamiento de la democracia occidental y de las instituciones transnacionales, como la Unión Europea, en manos de tecnócratas sin un horizonte normativo definible. Si Bush condecoró a John Searle, ¿a qué filósofo premiaría la UE? ¿Quién representa en la filosofía continental esta posición que sanciona positivamente el statu quo? ¿Quiénes, por el contrario, toman una deriva crítica? ¿A qué autores deberíamos leer hoy?

Me preguntas quiénes son mis amigos y mis enemigos filósofos… Digamos que intento llevarme bien con todos. Entre mis amigos realistas, creo que a Markus Gabriel –ambos somos fans de Cypress Hill– probablemente pronto lo colmen de premios porque, entre sus últimas propuestas, ¡está la de una ética con valores universales para todo el mundo! Parece una broma después de Arendt, Fanon, Lévinas y tantos otros que resaltaron el carácter violento de los valores universales, sobre todo en materia ética.

Este colonialismo realista sin ningún sentido es lo que representa hoy la Unión Europea que, entre otras cosas, ignora el genocidio en Palestina. En contra de este realismo ético, hay que dirigir la mirada a la obra de Paul Preciado, César Rendueles, Simon Critchley y otros filósofos contemporáneos; no somos pocos. Recientemente publiqué en Al Jazeera un artículo sobre Trump, escrito con el periodista Claudio Gallo y titulado «No, Trump no es un fascista. Es un hipercapitalista e igual de peligroso», que ha sido criticado, sobre todo en Estados Unidos. En él defendemos que Trump no es un fascista en el sentido clásico del término, sino un hipercapitalista. Ambas cosas son peligrosas, pero no son lo mismo. Al final, la idea de criticar a Trump como fascista supone proteger el capitalismo por ser algo positivo, cuando está destruyendo los servicios públicos a niveles a los que ningún fascista llegó. Esto se ve bien en Santiago Abascal y su partido, que no hacen otra cosa que defender la política arancelaria de Trump en contra de los intereses nacionales.

La deslegitimación que está sufriendo la ciencia tiene mucho que ver con el uso de las redes sociales como fuentes de información por parte del público. La virtualidad se torna problemática en la medida en que es una plataforma que adquiere la apariencia de real, donde, siendo un espacio virtual, también suceden acontecimientos y conversaciones. De hecho, esta entrevista está teniendo lugar online. ¿Qué estrategia de respuesta es concebible una vez que los marcos de pensamiento están dados?

Respecto a qué tipo de emancipación es posible en este terreno marcado por la hipertrofia tecnológica, hay que partir de la idea de que no es tan importante superar este mundo tecnológico, sino saber estar dentro de él de una manera consciente. Es imposible ser un verdadero revolucionario sin ser hacker, de eso trata la serie Mr. Robot. Being at large, el título de mi libro, es la expresión que utilizo precisamente para definir la libertad; es una expresión que se usa en inglés para referirse a alguien se ha escapado de la cárcel o a quien se ha perdido y no sabe dónde está. El no saber dónde se está o hacia dónde se va se presenta hoy como sinónimo de libertad; es una situación muy difícil de alcanzar, porque es complicado no estar enmarcado. ¿Quiénes eran más libres: nuestros padres o nosotros? Antes uno podía perderse por Europa y pasar semanas sin dar noticias. Eso hoy ya no ocurre, incluso, en el nivel más práctico, porque es muy difícil no tener un teléfono con el cual hacer reservas o pagos. La solución no pasa por no tener teléfono, sino por saber usarlo de una manera inteligente: como una herramienta en contra del capitalismo. No se trata de superar esta realidad tecnológica e ir hacia una nueva, sino de crear formas de resistencia que puedan ser productivas.

¿Dónde situarías el peso de esas acciones de resistencia: en el tirón de los whistleblowers, aquellas personas particulares que adquieren fama denunciando las emergencias, o en procesos de institucionalización de carácter colectivo, pero, a la vez, más lentos?

No estoy seguro de en qué instancia tengo más fe. Si hay algún ámbito en el que sí deposito esperanzas, y en el que hay que trabajar, es, justamente, el de las humanidades, pues pueden seguir ofreciéndonos apertura e imaginación. La persona que en nuestros días estudia filosofía, historia del arte o literatura comparada es revolucionaria. La política hoy ocurre en las humanidades y hay que fomentar que eso siga sucediendo: la lectura de grandes novelas o el estudio de la historia son actos políticos. En Estados Unidos las humanidades están bajo un ataque constante, solo hay que ver la caza de brujas que han sufrido algunas rectoras de universidades por la cuestión de Palestina. La respuesta crítica únicamente puede venir de las humanidades, el lugar a través del cual se puede ejercer resistencia.

Además de la filosofía, otorgas un papel fundamental al arte, como muestra tu libro Why only art can save us: Aesthetics and the absence of emergency (Columbia University Press, 2017), título en el que parafraseas a Heidegger y su famoso «Solo un Dios puede salvarnos». ¿Por qué solo puede salvarnos? 
¿Qué papel tiene como estética de la emergencia o emergencia de la estética? ¿No corre el arte el riesgo de dejarse absorber por la lógica neoliberal y convertirse en mero objeto de consumo?

Beverly Fishman, 100 pills, 2015 (en primer plano). Julia Galán Serrano, Los derechos no tienen nacionalidad, 2022 (al fondo). Foto M. Balbuena

Beverly Fishman, 100 pills, 2015 (en primer plano). Julia Galán Serrano,
Los derechos no tienen nacionalidad, 2022 (al fondo). Foto M. Balbuena

Excelente pregunta, gracias. El arte que me interesa no es el de la cultura, es decir, no me atrae el mundo del arte contemporáneo. Mi interés es estrictamente ontológico: el arte como el lugar a través del cual uno puede escuchar el ser que nos advierte sobre los límites de la realidad que nos quieren imponer. Aunque los artistas que aparecen en la exposición son muy buenos, no son particularmente famosos. Mi criterio para seleccionarlos fue que su obra me hiciera ver esa emergencia ausente. No me interesa la idea de la estética como filosofía del arte o disciplina filosófica. La aparición de la estética representa la falta de emergencia, es decir, cuando el estudio de las sensaciones está limitado a la belleza, independientemente del contenido. Tengo interés, como demuestra la exposición, en una estética de la emergencia, o sea, en los lugares donde surgen las emergencias. Rechazo la idea de que el arte tenga que ver con la cultura y no me sorprende que, cuando están relacionados –algo que, lamentablemente, ocurre muy a menudo–, termine siendo absorbido por el neoliberalismo.

En Why only art can save us mencionas explícitamente la obra del artista Jan Frere Return of the Soul, un homenaje y, especialmente, un recuerdo de la Nakba o tragedia nacional palestina, que supuso la expulsión de más de 800.000 palestinos de sus hogares, en 1948, por parte del Estado de Israel. La obra no solo expresa la huida forzada de refugiados palestinos –incluso hace partícipes a sus descendientes de la configuración de la obra–, sino que rompe el marco del relato sionista que pretende hacer olvidar este acontecimiento. ¿Se puede decir –y más ahora, cuando se habla de una ongoing Nakba [Nakba en curso]– ante el genocidio que está sufriendo el pueblo palestino, que este sería un ejemplo de «ausencia de emergencia», una vez que se ha normalizado dicho sufrimiento, o consideras que, en este caso, hay una toma de conciencia por parte del público?

Lo que está pasando en Gaza es una emergencia, un genocidio. Ahora bien, el hecho de que no lo estemos parando –y tampoco podamos, visto el respaldo incondicional de Estados Unidos a Israel– lo convierte en una emergencia ausente. La mayor emergencia en Gaza es la falta de emergencia; es decir, que no dejamos que emerja como la emergencia que es. Algo similar ocurre con el cambio climático o la pandemia. Hace décadas que científicos y organizaciones internacionales nos advierten de las consecuencias de la contaminación del aire y de la probabilidad de un virus similar al covid. Tendríamos que ocuparnos de esta contaminación, y del cambio climático, con la misma urgencia que nos ocupamos del covid, considerando la cantidad de gente que muere al año de enfermedades respiratorias. Lamentablemente, durante la pandemia se hablaba más de volver a la normalidad que de cambiar nuestros estilos de vida. Precisamente lo que no había que hacer era volver a la normalidad que creó esa emergencia. A nivel internacional, se intentó crear un organismo para la prevención y detección de este tipo de pandemias, pero los populistas de derecha lo bloquearon.

En tiempos de crisis, la pregunta por la labor del intelectual se vuelve recurrente. Mencionas que el ejercicio hermenéutico también requiere una toma de posición y que, en el caso de, por ejemplo, Vattimo y Rorty, tuvo consecuencias en sus carreras. ¿Qué cabe esperar del trabajo del académico y la académica ante la coyuntura presente?

La responsabilidad del filósofo, del artista y también del científico hoy es rescatarnos en las emergencias ausentes; es decir, invitarnos a escuchar las advertencias. Por eso, mi nuevo libro, que está a punto de salir en inglés y que se publicará en castellano el año que viene, propone una «filosofía de las advertencias». En él intento explicar por qué el futuro depende de ellas. Las recientes filosofías de los animales, de las plantas o los insectos, no son otra cosa que filosofías de las advertencias. Para que tengan autoridad, no tienen que venir necesariamente de las instituciones científicas, pueden también ser expresadas por artistas o filósofos. Hay historiadores del Holocausto, como Timothy Snyder, que dicen que el Holocausto es, en primer lugar, una advertencia. También el director de cine Jonathan Glazer insistió mucho en que su última película, La zona de interés (2023), es una advertencia. Lo significativo de las advertencias no es que digan la verdad –que ocurra o no lo que advierten–, sino que presionen para un futuro diferente, mejor. La idea de Marx de que los filósofos hasta ahora solo interpretaron el mundo y que es el momento de cambiarlo ya no cuadra. La filosofía de las advertencias piensa que ya hemos cambiado demasiado el mundo –industrialización, recursos naturales, cambio climático– y que ahora es el momento de interpretarlo y de pensar y proyectar un futuro diferente a través de las advertencias.

Timo Aho y Pekka Niittyvirta, LINES (57° 59’ N, 7° 16’ W) #1, 2022

EXPOSICIÓN LA MAYOR EMERGENCIA
24.10.24 > 12.01.25
COMISARIADO SANTIAGO ZABALA
ORGANIZA CÍRCULO DE BELLAS ARTES
COLABORA ICREA/UPF

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