Una cita con Cajal
José Ramón Alonso
Santiago Ramón y Cajal, padre de la neurociencia, el único ámbito en el que un español ha destacado por encima de cualquier otro investigador mundial, encarna el lema de «ciencia, medicina y humanismo». A través de una selección de las citas del Premio Nobel, que recoge en el libro Citas con Cajal (2023), el neurocientífico, divulgador y exrector de la Universidad de Salamanca José Ramón Alonso nos descubre aspectos desconocidos de su pensamiento y de su biografía, como la conflictiva relación con su padre, que le hace abandonar su vocación artística y le obliga a estudiar medicina, o el trabajo desarrollado junto a su mujer, Silveria Fañanás, su defensa del feminismo, el rechazo a ingresar en la Real Academia Española o sus aportaciones a la fotografía, la divulgación científica y la formación de investigadores en España.
Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) nunca deja de asombrarnos. Aunque creamos conocer su figura, su obra siempre nos aporta cosas nuevas. Cajal era un grafómano. En Barcelona, donde vivió entre 1887 y 1892, decían de él que cada año tenía un hijo y publicaba un libro. De hecho, comenzó a escribir para conseguir unos ingresos extra con los que atender las necesidades de una familia numerosa [tuvo siete hijos con su esposa, Silveria Fañanás]. Cajal ha escrito mucho y también se ha escrito mucho sobre él. Sin embargo, no existía un libro que reuniera sus citas. Después de un trabajo de investigación en las fuentes originales –recordemos que muchas de las citas que se le atribuyen no son suyas o están retocadas o modificadas–, en Citas con Cajal he reunido y ordenado aquellas que condensan su pensamiento. Además de ofrecer una herramienta con la que recordarlo y conocerlo, siento que saldo la deuda que tenemos con él los españoles, no solo por su faceta como investigador y padre de la neurociencia –el único ámbito en el que un español ha destacado por encima de cualquier otro investigador mundial–, sino también por otras facetas menos conocidas.
«No soy un sabio, en realidad, soy un patriota, y tengo más de obrero infatigable que de arquitecto calculador»
En mi opinión, Cajal se encuentra entre los diez mejores científicos de la historia, a la altura de Darwin, Einstein o Newton. Aunque es médico, él dice ser biólogo, cuando esa profesión aún no existía, y a su laboratorio lo llama «laboratorio de investigaciones biológicas». Por encima de todo, se define como una persona trabajadora y un patriota. Cajal ama su país y hace todo lo posible por mejorarlo a través de su trabajo como profesor, divulgador e inventor. Durante un tiempo, trabaja desarrollando una serie de inventos que anteceden la labor de Edison, pero no encuentra en España talleres donde fabricar sus prototipos, pues aquí no existía el tejido industrial necesario. Siempre se lamenta de tener que comprar en países extranjeros objetos tan sencillos como una balanza, y advierte que necesitamos desarrollar una industria propia, algo que solo será posible con una ciencia hecha en España y por españoles. Ese será el camino que va a marcar toda su vida.
«Todos conocemos personas tan candorosas, tan angelicales, que por no tener dobleces no las tienen ni en el cerebro»
Cajal eligió estudiar el cerebro, la estructura más compleja del universo conocido, con 86.000 millones de piezas en constante cambio y una fuerza evocadora única, pues allí residen nuestros recuerdos, nuestros aprendizajes, nuestro presente, nuestra forma de ser, nuestro futuro y nuestros proyectos. Cajal describe por primera vez todas las zonas del cerebro de todas las especies de vertebrados e invertebrados, a diferentes edades y en condiciones normales, experimentales y patológicas. En sus dibujos no hay errores, son tan asombrosos que cuesta creer que una persona, con los medios de la época y junto a un pequeño equipo haya sacado adelante esta obra sobre la que se ha construido la neurociencia del siglo xx y el xxi. Por ejemplo, en un dibujo del núcleo de una célula, fechado en 1920, aparece la doble membrana nuclear, que únicamente se ve con un microscopio electrónico, aunque, en vida de Cajal, solo existía el microscopio óptico.
«un cerebro fuerte, original, exclusivamente nuestro: he ahí la labor preliminar absolutamente inexcusable»
Cajal tenía vocación de artista, pero su padre –un hombre muy duro, analfabeto, con una ambición de hierro, que se puso de mancebo de un boticario a cambio de que este le dejara usar sus libros para aprender a leer y a escribir y acabó siendo médico y profesor en la Universidad de Medicina de Zaragoza– le dijo que solo podía ser médico. Aún así, cumplió con su vocación de artista a través de sus dibujos, con los que inauguró una nueva etapa en la ilustración científica, que es el mundo microscópico. Estas obras, conservadas en el Legado Cajal-Instituto Ramón y Cajal (CSIC), han sido objeto de distintas exposiciones, como la que itineró por diferentes museos de Estados Unidos en 2018, y sobre la que el crítico del New York Magazine Jerry Saltz escribió: «Como dibujante, Cajal merece estar junto a Leonardo y Miguel Ángel»1.
Junto al dibujo, su otra gran pasión es la fotografía, de la que será pionero y que usará a lo largo de toda su vida. Llegaría incluso a fabricar en su casa, y con ayuda de Silveria Fañanás, unas placas fotográficas de gelatina de bromuro, a las que, por ser más rápidas, llamó «instantáneas».
«Amemos el amor, porque amar es persistir, vencer la tiranía del tiempo…»2
Silveria es el amor de Cajal y su gran apoyo en su carrera científica. Se casan en 1879, a pesar del desacuerdo paterno. Su padre no deja que la madre ni las dos hermanas de Santiago vayan a la boda, y el único miembro de su familia que asiste es su hermano Pedro, que también acaba estudiando medicina por imposición paterna y que será su primer discípulo.
Otra cita en la que está presente el amor es esta: «Los viejos amores difícilmente se olvidan». Con «viejos amores» no se refiere a las mujeres, sino a unas células que había estudiado en los inicios de sus trabajos con el microscopio y con las que se reencuentra tiempo después. Desde la época de Aristóteles, habíamos relacionado los sentimientos con el corazón hasta que Cajal ve que, en realidad, nacen en el cerebro, concretamente en las células nerviosas.
«La más pura gloria del maestro consiste no en formar a discípulos que le sigan, sino en formar sabios que le superen»
A pesar de haber sido un alumno conflictivo en sus primeros años de estudio –por mal estudiante, su padre lo saca del instituto y le pone a trabajar durante un año de aprendiz de zapatero– sus ideas sobre educación son muy modernas para la época: propone combinar la imagen con el texto, la práctica con la teoría y prepara materiales docentes propios con el fin de forjar «cerebros originales». Le desespera que todos los manuales de medicina sean de autores alemanes, ingleses o franceses, por lo que escribe un libro de cada asignatura que imparte, para que sus alumnos vean que los españoles también somos capaces de hacer ciencia de calidad y de crear «no eruditos y quietistas, sino voluntades enérgicas, espíritus reformadores para llevar la idea a la realidad»3.
«los genios, como las cumbres más elevadas, surgen solamente en las cordilleras»4
Cajal piensa que «para producir un Galileo o un Newton es preciso una legión de investigadores estimables», y eso hace: formar científicos honestos, porque, más allá de la excelencia, está el hecho de contar con investigadores íntegros que saquen a una nueva generación adelante. De todos los discípulos de Cajal –entre otros, Pío del Río Hortega, Rafael Lorente de No o Fernando de Castro Rodríguez–, siento especial preferencia por Nicolás Achúcarro. Formado con el psiquiatra Alois Alzheimer, habría sido nuestro gran experto en neuropatología de no ser por su temprana muerte. Mi querencia por él se debe a un gesto que tiene con Río Hortega: cuando este queda sin trabajo, Achúcarro le dice que le ha conseguido una beca. Al cabo de unos meses, Río Hortega se entera de que tal beca no existe y que Achúcarro le está dando los honorarios de su bolsillo.
En 1907, un año después de recibir el Nobel y tras rechazar en dos ocasiones el puesto de ministro que le ofrecen desde el Gobierno, Cajal crea la Junta de Ampliación de Estudios (JAE), una herramienta que le permite mejorar la ciencia en España y que será la precursora del CSIC. La inicia con su obra personal y su escuela de investigadores, pero quiere ir más allá de la neurociencia, pues piensa que hay que formar a una nueva generación científica en todos los ámbitos.
«europeizando, rápidamente, al catedrático, europeizaremos al discípulo y a la nación entera»
En treinta años Cajal consigue recuperar el tiempo perdido durante tres siglos. Gracias a él, este país empieza a contar en el ámbito científico. A través de la JAE, dos mil jóvenes se van a estudiar a los principales centros de investigación de Inglaterra, Alemania o Francia con los mejores científicos europeos. La idea es que, a su regreso, se conviertan en los nuevos catedráticos de la universidad española. Al mismo tiempo, científicos extranjeros viajan a España para adquirir formación en el laboratorio de Cajal y en otros laboratorios del país. Uno de ellos es Howard Florey, Premio Nobel de Medicina por el descubrimiento de la penicilina junto a Alexander Fleming y Ernst Chain.
Además de este programa de «pensionados», como se les llamaba a los científicos enviados al extranjero, la JAE crea nuevos institutos de investigación y actualiza centros que están languideciendo, como el Jardín botánico de Madrid o el Museo de Ciencias Naturales. El proyecto no se limita al ámbito de las ciencias puras, también incluye las humanidades. Tampoco es exclusivo de los hombres: en los laboratorios de la JAE también hay mujeres investigadoras y otras que realizan un trabajo técnico.
«Soy un feminista convencido y entusiasta de todas las reivindicaciones, así políticas como sociales, a las que aspiran justificadamente las mujeres»
Aun siendo un hombre del siglo xix, Cajal posee una visión de futuro enormemente llamativa y moderna. Se declara feminista, aunque a veces defiende la idea de la mujer como apoyo del marido, que debe dedicarse al cuidado de la casa y de los hijos, y otras, admira a las parejas de investigadores que trabajan juntos, como los Curie, y habla de las ventajas de ser equipo familiar y también profesional.
Un episodio de su biografía ilustra bien su opinión sobre la igualdad entre hombres y mujeres. En 1905, lo eligen académico de la Real Academia Española, pero nunca llega a leer su discurso de ingreso ni a ocupar su asiento. Sí es académico de la Academia de Ciencias Naturales y de la de Medicina, donde entra a propuesta del prestigioso fisiólogo Rudolf Virchow. A la Real Academia Española le pone excusas, se lamenta de no tener tiempo, de problemas de salud, etcétera, hasta que un académico lo amenaza. Entonces, aprovecha para anunciar que se retira definitivamente. La Academia se excusa con él, le insiste en que le interesa mucho su discurso de ingreso, pero nunca lo leerá. Entre los supuestos motivos de esta situación, hay uno que está relacionado con Emilia Pardo Bazán, a quien la Academia le había negado la entrada, y no solo: también la había insultado, llamándola «réproba», pues su vida personal no encajaba con la idea de lo que debía ser la vida de una mujer en aquella época. Ella, que sabe que Cajal defiende que sea la primera académica, le escribe lo siguiente: «Usted no tiene un voto en la Academia, pero lo tiene ante Europa, y su voto de usted aurea con el peso dulce de la gratitud, el ya magno caudal de respeto y simpatía que siempre tuvo para su nombre y persona, gloria de España. Viva usted mil años para honrarnos, y créame su buena, sincera, invariable amiga». Otra hipótesis tiene que ver con el premio Nobel. Al parecer, la Academia había escrito al comité sueco lamentándose de que Benito Pérez Galdós, republicano e izquierdista, fuese considerado para el importante galardón, lo que tuvo que sublevar a Cajal, pues si algo llevaba mal era que los españoles no se apoyasen entre ellos.
«¡Cruel ironía de la suerte emparejar […] a adversarios científicos de tan antitético carácter!»5
En 1906, cuando el premio de la Academia Sueca aún no tenía la fama de ahora [nace en 1901], Cajal recibe el Nobel de Medicina por sus trabajos sobre la estructura del sistema nervioso. Será el primer Premio Nobel compartido de la historia. Lo comparte con Camillo Golgi, al que don Santiago llama generosamente «el sabio de Pavía», inventor de una técnica para teñir las neuronas de la que Cajal es un maestro en su uso. Fue un momento incómodo para él, pues las ideas de Golgi sobre el funcionamiento del cerebro estaban equivocadas y, durante la ceremonia, el italiano se reiteró en sus errores.
«hijo soy de la universidad»
Cajal se siente en deuda con la universidad: «A ella le debo todo lo que sé y todo lo que valgo. Ella me enseñó a amar la ciencia y a reverenciar a sus cultivadores: ella me guio y alentó en mis primeros ensayos experimentales ofreciéndome, generosamente, en la medida de sus pobres recursos, los medios materiales para mis trabajos», escribe en una época en la que la universidad contaba con muy poco prestigio; un gesto de gratitud que le honra.
En otra de sus citas, dice que «la investigación científica en España será obra de abnegación y sacrificio». Defiende que los investigadores debemos rendir cuentas sobre dónde va la financiación que recibimos e intentar publicar en las mejores revistas científicas, para lo que es necesario olvidarnos de hacerlo en nuestra lengua y conocer las que ya se manejan en la investigación científica: el francés, el inglés y el alemán.
Como profesor, se caracteriza por su humildad –sus alumnos cuentan que viste mal, que se mueve a pie y no en coche…– y por tener siempre presente el futuro y a los jóvenes, a quienes intenta transmitir la necesidad de hacer este país mejor de lo que es. También es destacable su generosidad con lo material: lo que gana con los premios lo convierte en dotaciones que destina a costear la formación de estudiantes de extracción humilde, y ayuda a muchas de las personas que se dirigen a él para pedirle dinero.
Cajal muere en 1934, dos años antes del inicio de la Guerra Civil. No tiene sentido congratularse de que así haya sido, pero vivirla habría sido muy duro para él, también por lo que el conflicto supuso para la universidad española. Según un estudio de Manuel Castillo, de la Universidad de Sevilla, de los 580 catedráticos que había entonces en España, veinte fueron asesinados, 150 expulsados y 195 se exiliaron. Las semillas sembradas por Cajal no se perdieron, pero, sin duda, esta tragedia ha hecho que hayamos tardado mucho más tiempo en llegar a ser lo que hoy somos.
«Me reservo el precioso e inalienable derecho de evolucionar o de retrogradar al compás de las enseñanzas de los tiempos»
Cajal trabaja hasta su último aliento y no deja de evolucionar a lo largo de su vida, gracias, entre otras cosas, a su capacidad para cambiar de opinión, algo a lo que nosotros deberíamos perder el miedo. Cuando muere, está trabajando en la segunda edición de su obra Textura del sistema nervioso del hombre y de sus vertebrados, publicada por primera vez en 1899; un trabajo que, desgraciadamente, se ha perdido. Fotografías suyas, como el retrato con Silveria Fañanás, aparecieron en el Rastro de Madrid, buena parte de sus libros se vendieron, muchas de sus cartas se robaron, lo que muestra también que, como españoles, tenemos mucho de lo que sentirnos orgullosos y mucho de lo que avergonzarnos.
Cajal escribe: «seremos olvidados. Si, andando el tiempo, algún curioso ratón de biblioteca nos descubre, prestándonos fugaz actualidad, será para justificar pedantescamente nuestro olvido», pero no podemos sino contradecirle: no lo hemos olvidado, ni tampoco su obra, de una calidad científica excepcional y una generosidad extrema. En el Legado Cajal-Instituto Ramón y Cajal, además de sus miles de dibujos, sus placas fotográficas en cristal, sus libros y sus declaraciones, se encuentran sus objetos personales, como el sombrero, la toga, el bastón o la cartera… Todo nos lo ha dejado en herencia a los españoles.
1 El artículo se puede consultar aquí: greyartmuseum.nyu.edu/2018/03/santiagoramon-y-cajal-nobel-laureate-medicine-deserves-place-next-michelangeloleonardo-draftsmanby-jerry-saltznew-york-magazine-march-13-2018/
2 La cita completa es: «Amemos el amor, porque amar es persistir, vencer la tiranía del tiempo, salvar de la nada, con la porción imperecedera de nuestro ser, algo que no nos pertenece: la herencia sagrada de millones de vidas extinguidas, el germen futuro de fecundas y, acaso, mejores humanidades».
3 La cita completa es: «Inculcadles a nuestros hijos los métodos de estudio, los principios luminosos a cuya aplicación se deben los descubrimientos científicos. Cread no eruditos y quietistas, sino voluntades enérgicas, espíritus reformadores para llevar la idea a la realidad».
4 La cita completa es: «Nuestros hombres de ciencia fueron escasos, y los genios, como las cumbres más elevadas, surgen solamente en las cordilleras. Para producir un Galileo o un Newton es preciso una legión de investigadores estimables».
5 La cita completa es: «¡Cruel ironía de la suerte emparejar, a modo de hermanos siameses unidos por la espalda, a adversarios científicos de tan antitético carácter!».
CICLO DE CONFERENCIAS «CIENCIA, MEDICINA, HUMANISMO»
2024-2025
20.01.25 > 17.03.25
PARTICIPAN MARIANO BARBACID • CARLOS BRIONES • ESTRELLA MONTOLÍO • MARTÍN BARREIRO • IDOIA MURGA
2023-2024
06.11.23 > 24.06.24
PARTICIPAN LUIS GARCÍA MONTERO • JOSÉ RAMÓN ALONSO • LOLA PONS • ARACELI MANGAS • RAQUEL LANSEROS • ELEA GIMÉNEZ
ORGANIZAN FUNDACIÓN LILLY • CÍRCULO DE BELLAS ARTES